Gloria Chávez Vásquez
Roberto se viste con ropas tres o cuatro veces más grandes que la medida de su cuerpo. A su lado, Cantinflas, el personaje inventado por Mario Moreno, parece un dandy inglés. Maneja su joven anatomía en una desbalanceada cámara lenta; adopta un aire de falsa autosuficiencia que se traduce en "no se metan conmigo", y para rematar, lleva una gorra perenne, con la visera preferiblemente echada hacia atrás. Es el chico de la generación de la cachuca. Forma parte de la población que crece más aceleradamente en los Estados Unidos.
Hijo de inmigrantes, hermano menor de la generación X. Como sus hermanos, ha sido criado por la niñera electrónica: el televisor, y como ellos, carece de identidad propia. Por eso se aferra a los clichés y a las pandillas como a su tabla de salvación.
Los "niños del pestillo"
La generación de la cachucha tiene como modelos a los raperos, chicos que crecieron sin la guía o el consejo de un adulto y que glorifican la violencia y los vicios sociales con su primitivo son. De allí que vean a la sociedad como al enemigo. La odian y temen sumergirse en sus entrañas. Desconocen la manera de cómo integrarse. Viven en constante dicotomía. Tienen muy baja estima personal y dificultad para comunicar sus sentimientos o necesidades en cualquier idioma. La vida para ellos no tiene precio, en realidad, la vida es desechable. Lo han aprendido de los cartoons, en donde la violencia es solo un juego y para sobrevivir, el bueno debe eliminar -a toda costa y con cualquier ardid - al malo. Es la regla de oro, legada por la televisión y el cine: Aquel que muere ahora, resucita luego en el programa de la tarde.
Una vida sin libreto
Lo que más desconcierta a estos adolescentes, es que, contrario a la vida en el cine, la suya no tiene un libreto. Las escenas de las películas se confunden con los segmentos de los noticieros. No se sabe lo que es real o lo que es ficticio. Escuchan y miran historias como las del Sida, la plaga del siglo, sin emoción. A estas alturas, muchos de sus familiares y/o amigos han caído víctimas de la violencia o de la enfermedad. Los que han escogido marcharse de su casa y ofrecen su cuerpo por un bocado de comida, confiesan que no le temen a una muerte virulenta porque sospechan que se trata de un juego de publicidad. Atraviesan la etapa de la negación, aquella que antecede a la resignación. Lo importante es disfrutar el momento porque presienten que, no importan lo que hagan, su vida no tendrá un final feliz.
El chico de la cachucha se aferra a su gorra como Lino, el personaje de Carlitos, a su manta de seguridad. La gorra le ofrece un resguardo que él necesita, tanto o más que a un buen amigo. Es egocéntrico y egoísta porque no le enseñaron a dar ni a recibir. Desconoce y desprecia el beneficio de la disciplina porque percibe en ella la brutalidad de la que ha sido víctima. Rehúsa una educación que no está hecha para él, porque más que teorías ajenas, necesita que le escuchen y le expliquen lo que debe hacer con su vida. Después de todo, ¿no es hora de que el computador reemplace al maestro de la misma manera que la televisión reemplazó a sus padres? ¿No se habla ahora hasta la saciedad del reciclaje, de la deforestación de los bosques, de la basura, del consumismo? ¿Por qué pues seguir desperdiciando papel, cuando todo lo que debía saber acerca del mundo lo aprendió en Plaza Sésamo, o con Tom & Jerry? Por eso pone cara de zombi en los salones de clase, cuando recibe las lecciones que no se aplican a su vida diaria.
Somos el futuro del mundo
La generación de la Cachucha se burla de la responsabilidad y del trabajo: Está demostrado que no es necesario concluir una educación para hacerse millonario. Que un buen jugador de beisbol o de basquetbol gana un promedio de 500% más que un buen maestro. El médico y el abogado escogen su carrera, no para servir a la gente sino para enriquecerse a costa de ella. Ni el sistema médico ni el sistema de justicia funcionan realmente cuando una persona sin recursos necesita ayuda. Por otra parte, no le hablen de paternidad responsable: su experiencia personal le han demostrado que cuando un padre se cansa, sencillamente abandona el hogar.
Tal vez si alguien se tomara el tiempo y el interés de enseñarle valores a los chicos de la generación de la cachucha, las cosas cambiarían y quién sabe, a las generaciones mayores nos esperaría una vejez más feliz.
El credo del adolescente
No es suficiente tener un sueño a menos que estés dispuesto a realizarlo;
No es suficiente saber lo que es correcto, a menos que seas lo suficientemente fuerte para estarlo;
No es suficiente unirse a la muchedumbre, ser reconocido ni siquiera aceptado, debes mantenerte leal a tus ideales, aún cuando se te excluya o se te rechace por esa razón;
No es suficiente decir la verdad, a menos que aprendas a vivir con ella;
No es suficiente anhelar amor, a menos que te importe lo suficiente para darlo.